miércoles, 27 de mayo de 2009

“Mohín de cola”

Quizá les sea difícil comprender el amor que siembra y por consecuencia luego recoge una mascota a quien no ha tenido una.
A decir verdad, un animal no reemplazará la ausencia provocada por una pérdida importante de nuestra vida afectiva, pero indudablemente su cariño leal y desinteresado llenará vacíos inesperados en el devenir de la vida misma. En nuestro caso, el mío propio y el de mis hijos, Wagner fue un ovejero alemán que dejó huella acullá de nuestra familia, en realidad según sus términos “su jauría” va entonces para un entrañable amigo el recuerdo permanente de sus andanzas y picardías que aún hoy resuenan en nuestra memoria viva.

“Mohín de cola”

Todos son cuidadosos al momento de hablar conmigo o con mis hijos, con acento de oratorio, de tono bajo y respetuoso comentan con palabras cuidadas como viejos tesoros de cálido sonido, los momentos pequeños que al paso de las horas van creciendo para indudablemente convertirse en un dulce recuerdo.

Cada uno a su modo no quiere despedirse y mucho menos olvidarlo. Es que el amor tantas veces escaso; él lo derramó con natural entrega, al igual que lo hace un dulce en la boca de un niño. Los sonidos y olores perduran en la casa que fue suya y que es nuestra, la de ladrillos y cal, con puertas y ventanas que en los días de lluvia le abrían un paisaje hostil seguramente y que por esa personal condición de perro "distinguido", nunca transpuso el umbral por más que lo acuciara su natural fisiología. A lo sumo, ante mis bromas de azuzo me agitaba su danzarina cola a modo de disculpa y distracción; sin ceder por supuesto a sus principios: "No mojarse las patas; entre seguramente otras muchas razones por mi desconocidas".

Mientras que en la otra casa, la de afectos y entrega, la de muros de amor que nos cobijan, con ventanas y puertas desde donde se ven todos los horizontes; el albur de los días tiene otra melodía con sonidos de amigos canciones y palabras que arrullan sin estreches alguna, la buena vida. Allí, en esa casa sus pasos y sonidos se presentan aún hoy como bella poesía que se arraiga en el alma para desvanecerse con un mohín de cola a modo de disculpa y distracción. Si en el hombre hubiese tanta delicadeza como en el corazón de un perro, este mundo sería un poco más humano, no habría necesidad de asistir a cursos donde aprender a ser, donde otros nos digan cómo sentirnos y donde para amar debamos aprender una estrategia.

De todos modos Wagner no es una despedida sino un paréntesis, promesa de un reencuentro en otro tiempo que el amor nos propone.

Al final del camino Wagner cumpliste con tu anhelo, aquél de tu niñez: Que te alzaran en brazos. Mis hijos "tus hermanos", como siempre cedieron a tu encanto aunque a decir verdad es todo un privilegio acunar al amor ataviado de perro.

Para mi perro Wagner, nuestro gran compañero.

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