¡Sí!, yo soy de allá, de aquel lugar con calles de abovedados lomos cubiertos de gramilla y esporádicos cienos polvorientos de fina consistencia y de color leonino resecos por el sol; de cercos de ligustro sedientos y sedosos.
La hora de la siesta acallaba a los viejos y despertaba niños deseosos de sol y de aventura, para desprejuiciados, jugar a ser el “vigi” o el ladrón; el caballero noble sin princesa ni torre, el que mejor “maneja” la redonda con la zurda o la diestra.
Una siesta de abril el misterio del circo arrebató de mí; mi amor más inocente; pendiendo de una soga descolgaba su cuerpo la temeraria niña y yo..., no sé por qué y ni tampoco cómo, sin tenerlo siquiera tal vez perdí su amor y el mío, para siempre quizá.
Yo viví los silencios del barrio acongojado despidiendo a un vecino que adelanto sus pasos, viví también la usanza campesina de conciliar dolor con esquivas sonrisas, mezclar flores y comida, y sentí los fraternos abrazos cuando partieron, uno a uno mis viejos.
También la siesta fue testigo de mi gran emoción, mi viejo encaramado dobló la polvorienta esquina sobre la bicicleta verde comprada para mí, es él recuerdo de todos los recuerdos, fui libre y fui feliz, me entregué con mansedumbre a la emoción que hasta hoy me acompaña.
¡Sí!, yo soy de allá, de aquel barrio Sarmiento con calles de abovedados lomos cubiertos de gramilla..., donde la siesta como ayer, hoy acuna a los viejos más viejos y embelesa a los niños más niños, por tan sólo llenarse, como otrora, de sol y algarabía.